Isla del Encanto: Parte 1

Reconstruyendo a Puerto Rico a través del cultivo de alimentos

La Isla importa el 85 por ciento de sus alimentos y, tras el paso de María, sus granjeros, chefs y activistas buscan cambiar esto

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fruta
Unas frutas locales en el mercado de Frutos del Guacabo.
Isla del Encanto logo featuring green leaves and yellow flowers

Lea la siguiente parte:Cómo Alimentar Una Isla

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Todas las fotografias de Mariángel Catalina Gonzales. La traduccíon al español por Amanda Hernández; editado por Andrea Aliseda. To read a version in English, click here.

Llegué un mes tarde a la manifestación “Monsanto Siembra Muerte”. Era junio del 2015 y me encontraba frente a El Departamento de la Comida, en aquel momento un restaurante y mercado local en el barrio Tras Talleres en San Juan, Puerto Rico. Me concentraba en mirar un cartel desgastado que leía “PUERTO RICO MARCHA CONTRA MONSANTO” y que estaba pegado a la reja cerrada, mostrando una figura de esqueleto con un cuchillo y una cuchara entrecruzados sobre la garganta, clara señal de que este lugar no callaba sus políticas.

Eso ya lo sabía; estaba ahí por eso. El Departamento había aparecido en un artículo unos meses atrás en el New York Times siendo reconocido por su apoyo al comercio local y a la agricultura orgánica. Aquí, vendían productos cultivados en la isla y también los servían en un restaurante que representaba la otra cara de la moneda cuando se piensa en importación y exportación de alimentos producidos localmente en la isla. Está bien documentado que Puerto Rico importa el 85 por ciento de sus alimentos, pero en ese momento el 80 por ciento de los vegetales que El Departamento estaba sirviendo eran cultivados localmente.

Venía a El Departamento para entrevistar y desarrollar un perfil del chef, Paxx Caraballo Moll. Había admirado su comida vegetariana en Instagram desde que leí aquel artículo en el Times. Caraballo Moll también había aparecido en el 2014 en un exuberante documental llamado Mala Mala, que exploró la identidad de género en la isla, describiendo su vida como un chef trans que en ese momento no tenía acceso a testosterona.

Cuando visité el restaurante era día de prep, los lunes recibían todo el producto para venta y confección. En la cocina, el chef y sus asistentes preparaban aderezos para las ensaladas y caldo. Mientras picaban la música sonaba altísimo. Me dieron un poco de pitorro, ron local curado bajo tierra, que un agricultor les había traído. Cerca de la cocina, había un recorte de cartón del preso político Oscar López Rivera vestido con una sudadera blanca y caquis, parte de una campaña llamada “Oscar en la calle”, que imaginaba la libertad para el activista de la independencia.

Una vez terminado el prep, iba a acompañar a Caraballo Moll en bicicleta a recoger unas bandejas en un local y salón de música cerca de la universidad, para una comida de tema escolar que ocurriría en unos días. Mientras esperaba, una mujer mayor se acercó y se sentó en mi mesa, llevaba una bolsa plástica llena de acerolas, una cereza tropical. Ella las había recogido de su patio. “No puedo pagar la comida aquí”, dijo, de El Departamento. “¿Esta buena?”

En aquel momento, solo llevaba 6 meses trabajando como periodista de las artes culinarias. Antes de eso, había trabajado como editora y pastelera vegana, concentrándome en el uso de los ingredientes más locales y éticos disponibles. Así fue como llegué a entender los problemas de sostenibilidad, biodiversidad, prácticas laborales justas y accesibilidad que sufre el sistema alimentario global. Había venido a Puerto Rico ingenuamente pensando que había encontrado un lugar que ya había dado con soluciones específicas para estos problemas. Pero cuando esta mujer, que sabía dónde encontrar la comida producida localmente y dónde podía posiblemente vender las acerolas de su patio, me dijo que no podía comprar platos preparados, finalmente se me ocurrió que, al momento, nadie tenía las respuestas. Lo que sí teníamos era esperanza, comunidad y trabajo- un impulso real por identificar los problemas y solucionarlos.

Cuando el huracán María azotó a Puerto Rico en septiembre de 2017, destruyó gran parte de la agricultura de la isla, y parecía que todo el trabajo realizado hasta ese momento corría peligro de ver un fin. En un viaje reciente a la isla, hablé con agricultores de la comunidad, productores de hongos, cocineros, fabricantes de ron, panaderos y otros. Todavía hay mucho trabajo por hacer, ya que los puertorriqueños luchan por alcanzar soberanía alimentaria y asegurarse de que personas, como la mujer que buscaba vender las acerolas de su patio, puedan pagar una comida bien hecha con productos crecidos localmente. Ahora, 18 meses después de la tormenta, queda claro que cualquier temor al fracaso del movimiento de soberanía alimentaria en Puerto Rico estaba infundado. En cambio, la causa parece estar prosperando.

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Una vez llamada Borikén por los nativos taínos, la isla fue rebautizada con el nombre de San Juan Bautista por Cristóbal Colón en 1493. (Aunque Puerto Rico es un archipiélago, compuesto de una isla mayor y varias menores, al conjunto se le refiere como una sola isla.) Finalmente, se le dio el nombre de Puerto Rico, refiriéndose directamente a su reputación mercantil entre visitantes y comerciantes. La colonización española continuó poco después de la llegada de Colón y durante 400 años más, hasta que los Estados Unidos tomaron el control de Puerto Rico en 1898, a través del tratado que puso fin a la guerra hispanoamericana.

Se refiere a Puerto Rico usualmente como “la colonia más antigua del mundo”; a los habitantes de la isla no se les ha permitido gobernarse soberanamente desde el tiempo en que el Renacimiento estaba ocurriendo en Europa. Durante medio milenio, el país ha sido explotado por sus gobernantes. En tiempos modernos, los residentes de la parte norte del continente americano han dependido y consumido desde azúcar, café y tabaco hasta OGMs y productos farmacéuticos producidos en Puerto Rico. En los últimos años, se ha convertido en un paraíso fiscal para los súper ricos, y esto continúa hoy día, a pesar de que gran parte de la isla lucha por obtener servicios básicos después del paso de la tormenta.

Puerto Rico es oficialmente un territorio de los Estados Unidos, pero todos reconocemos que es solo otra forma de decir colonia. En 1917, la Ley Jones-Shafroth otorgó a los puertorriqueños la ciudadanía estadounidense, pero si vivían en la isla, todavía no podrían votar por el presidente de los E.U. o por representantes del Congreso. (Estas limitaciones electorales siguen vigentes hoy día). Sería otra la historia si los isleños se mudan al continente y establecen su residencia ahí; así, familias puertorriqueñas han viajado entre la isla y estados como Florida y Nueva York durante décadas.

En 1920, la isla quedó sujeta a la Ley Jones, que exigía que toda la mercancía transportada por barco tendría que darse entre puertos estadounidenses, que viajaran en buques estadounidenses y que estos fueran a su vez tripulados por ciudadanos de los Estados Unidos. Conocida como “ley de cabotaje” en Puerto Rico, la Ley Jones ha permitido que las compañías estadounidenses sostengan monopolio sobre toda la importación a la isla. A partir de 2017, Puerto Rico era la localidad de E.U. con más permisos expedidos para experimentación con semillas. El gigante agroquímico Monsanto poseía el 31 por ciento de las tierras agrícolas utilizables en el municipio de Juana Díaz (1,711 acres), mientras que la alianza Dow AgroSciences y Mycogen Seeds controlaba 1,698 acres de tierra. Esta presencia corporativa es masiva y atenta con la historia de la agricultura en Puerto Rico.

Después del huracán María, se suspendió la Ley Jones durante 10 días, pero luego que se levantó la suspensión, las naciones cercanas no pudieron ayudar a Puerto Rico directamente por medio de la entrega de alimentos y suministros, a pesar de que aproximadamente el 80 por ciento de la agricultura local había sido erradicada. La economía de Puerto Rico ha estado sufriendo una larga crisis, causada en parte por la eliminación gradual de las exenciones fiscales que la habían convertido en un hogar atractivo para las compañías farmacéuticas. A su vez, la situación financiera se tornó más precaria por los préstamos abusivos de Wall Street al gobierno del territorio. La debilidad de la economía de la isla y su falta de estatus como nación se vieron agravadas por los estragos que ocasionó el paso de la tormenta. Parecía un problema que no podía resolverse, como si finalmente, después de cientos de años de colonización, no hubiera más lucha que dar.

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En 2015, el ingreso medio de la isla fue de 18,626 dólares. A partir de 2017 aumentó ligeramente a 19,343 dólares. Sin embargo, ese aumento no garantizo que los productos cultivados localmente fuesen accesibles para todos; para la mujer que recogía y vendía las acerolas que crecían en su patio, un plato valorado entre 8 y 10 dólares estaba fuera de su presupuesto. Al igual que en muchos lugares del mundo, la existencia de productos locales frescos no garantiza que la población entera tenga los recursos para costearlos.

El Departamento llevaba demostrando desde antes del huracán María, que siempre hubo resistencia puertorriqueña tanto a los Estados Unidos como a la dependencia de alimentos importados y genéticamente modificados. Las multitudes marchaban contra Monsanto antes de mi primera llegada a la isla como reportera; los agricultores y los chefs vendían y servían productos locales incluso cuando aún no estaba de moda. Oscar López Rivera, que alguna vez fue una imagen bidimensional mientras servía una sentencia de 35 años acusado por conspiración sediciosa contra los E.U., ahora espera por su carro en un estacionamiento multipisos en el Viejo San Juan, al menos ahí fue donde lo ví este año. Paxx Caraballo Moll, hoy día mi amigo, ha sido nombrado como uno de los mejores chefs por la prestigiosa revista Food & Wine.

Sin embargo, mucho ha permanecido igual. Cuando visité la isla en 2018, el impacto que tuvo el huracán sobre el suministro de alimentos en la isla era evidente, no había tan siquiera plátanos, un alimento emblemático de la cocina local. Cuando, a principios de 2019, vi en una camioneta un tallo solitario con gruesos plátanos verdes, casi comencé a llorar. Los plátanos, sin embargo, no lo son todo, y la recuperación agrícola de Puerto Rico tras el paso del huracán María ha sido solo uno de los obstáculos enfrentados durante siglos de lucha. La historia de la agricultura en Puerto Rico es la historia del colonialismo, y cada paso lento hacia la soberanía alimentaria y la industria sostenible impulsan la posibilidad de un futuro auto-realizado.

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Cuando Puerto Rico quedó bajo el control de los Estados Unidos, escribió Vivian Carro-Figueroa, la isla era una “sociedad deficiente en alimentos”, que dependía de las importaciones. Pero para la década de 1950, la isla sostenía un estilo de vida agrario y estaban produciendo la mayoría de sus propios alimentos, al menos, los almidones, el arroz y los granos que son la base de la cocina local. Las importaciones de carne y cereales se dio durante la segunda mitad del siglo 20, cuando comenzaron los procesos de industrialización.

Bajo el control de España durante el siglo 18, las fértiles tierras agrícolas de la isla se dedicaban principalmente al azúcar y el café para la exportación. Ya para la década de 1950, la “Operación Bootstrap” impulsó a la economía puertorriqueña a alejarse de la agricultura y a concentrarse en la manufactura, la industrialización y el turismo. Esto dirigió la dieta local hacia las proteínas animales y los granos no tradicionales. Apenas 25 años después, todos los cereales y dos tercios de los suministros de carne que se consumían en la isla eran importados.

Eso sí, la industria de comida local siempre ha tenido sus defensores. Restaurantes como El Departamento pueden resultar menos accesibles para algunas poblaciones, pero empresas locales como está lograron establecer redes de apoyo directo con agricultores y productores locales, considerando el futuro agrícola del país ante todo. José Enrique, posiblemente uno de los chefs más reconocidos de la isla en la última década, se hizo famoso por fusionar el estilo tradicional de cocina puertorriqueña con técnicas culinarias europeas. Recientemente, Natalia Vallejo abrió un restaurante en Santurce llamado Cocina al Fondo, donde está resurgiendo tradiciones culinarias puertorriqueñas, trabajando directamente con agricultores y pescadores locales.

Juan José Cuevas, chef en 1919 en el Hotel Vanderbilt en Condado, pasó gran parte de su carrera profesional cocinando en restaurantes como Blue Hill en la ciudad de Nueva York. Él cree que debe haber más discusión sobre la importancia de producir alimentos en la isla. “Aunque no creo en el gobierno, el gobierno tiene que involucrarse más”, me dijo durante una conversación que tuvimos recientemente. “Los medios tienen que hablar. Creo que los medios en los Estados están haciendo un buen trabajo con nosotros, pero los medios locales deberían cubrirlo, necesitamos más de un artículo para que las personas hablen y hablen y hablen. Hay que hablar sobre esto hasta que nos digan, “‘Ya. Entendemos.”

La búsqueda de alimentos producidos localmente es más difícil para aquellos que no están comprando productos directamente a los agricultores, como están haciendo los chefs. Pao Lebrón, que trabaja con el movimiento de agroecología en Puerto Rico como parte de la Brigada de Solidaridad y Servicio Trans y Queer, estableció que, mientras los miembros del grupo están en la isla, solo consumen alimentos crecidos y producidos localmente. La agroecología es la práctica de trabajar a favor de la ecología local sin pesticidas para crear sistemas sostenibles que protejan la biodiversidad, anillo al dedo para aquellos interesados “‹”‹en la soberanía alimentaria.

La familia de Lebrón se mudó de la isla a la ciudad de Nueva York cuando él tenía 11 años. Hablamos afuera de La Hacienda, un café y tienda de comestibles de alta gama en el área de Miramar en San Juan, donde sirve el café la Hacienda San Pedro, que solo utiliza granos de café puertorriqueños y vende chocolates de lujo importados. Lebrón detalló los esfuerzos de su brigada durante los meses recientes a nuestro encuentro, en colaboración con organizaciones como el CEPA (Center for Embodied Pedagogy and Action), para apoyar los esfuerzos de base centrándose no solo en la comida, sino también en la carpintería, la construcción y en el trabajo de sanación.

“La primera vez que llegamos aquí, se sintió como encontrar un tesoro perdido”, dijo Lebrón, describiendo su experiencia al tratar de encontrar productos locales y orgánicos. “Durante nuestro primer intento de ir al supermercado, teníamos una lista de cosas que queríamos, e íbamos anotando si estaban disponibles y el precio. Había algunas cosas, no importaba a qué supermercado o tienda de comestibles fuéramos, que eran imposibles encontrar localmente”.

El equipo de Lebrón encontró una o dos compañías que vendían lechuga y verduras de la zona, pero el producto no era orgánico. Una mantequilla producida en Cabo Rojo cumplió con sus estándares, al igual que algunos panes, galletas y tortillas. “En el momento en que alguien entraba a un supermercado y regresaba con algo producido en los E.U.”, yo decía: “¿Qué es esto? Tenemos un acuerdo”, recordó Lebrón. Pero incluso hacer un esfuerzo excepcional y consciente por apoyar solo la producción local de alimentos requiere compromisos.

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Por supuesto, existe una conexión entre los proyectos agroecológicos en la isla y la crisis en torno al financiamiento de cupones de alimentos. Estas cuestiones también están vinculadas a la razón principal por la que Puerto Rico ha estado en las noticias en las últimas semanas; la insistencia del gobierno de Trump en que la isla no merece más fondos de recuperación después de María, a pesar de la clara evidencia de lucha continua en el país.

A medida que el gobierno federal continúa reteniendo la ayuda de recuperación, está claro que no se puede confiar en que los E.U. brinden la ayuda necesaria al pueblo puertorriqueño, y que el alimento siempre estará en el centro de ese conflicto. El objetivo para aquellos que producen y apoyan la comida local, por lo tanto, tiene dos vertientes: educar a una población más amplia acerca de por qué la disminución de la dependencia en la isla de las importaciones puede tener un impacto significativo, económico, cultural y sanitario, y al mismo tiempo lograr que la producción de comida local sea ampliamente accesible.

Desde el punto de vista del chef Juan José Cuevas, los agricultores locales han estado diversificando lo que producen desde el paso del huracán, pero eso no ha significado un mayor apoyo por parte del consumidor en general. “La gente no está pensando en estos temas”, me dijo. “Para ellos, una zanahoria es una zanahoria. A pesar de que hay un fuerte impulso por apoyar a los locales, siguen eligiendo las opciones más baratas”.

Pero eso no detendrá el impulso por cambiar el sistema. Desde restaurantes hasta agricultores y brigadas de solidaridad, desde hoteles impulsados “‹”‹por el agroturismo hasta jóvenes emprendedores y productores de ron sostenibles, el empuje se ha ido haciendo cada vez más fuerte.

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How We Get To Next fue una revista que exploró el futuro de la ciencia, la tecnología y la cultura de 2014 a 2019. Isla del Encanto es una serie de cuatro partes, en inglés y en español, sobre el futuro de la comida en Puerto Rico. Desde huertos hasta laboratorios, desde panaderos hasta destiladores, los puertorriqueños buscan la sostenibilidad y la soberanía agrícola.